miércoles, 4 de febrero de 2009

Camino



Dos horas del insomnio que me acompaña estos días invertidas en una gran película. Su grandeza radica en la rivalidad entre fantasías: la de su protagonista, Camino, que utiliza la imaginación como vía de escape al dolor y una irrealidad aún mayor, la de su madre miembro del Opus Dei que se aferra a sus postulados viendo en lugar de personas, ofrecimientos al Santísimo.

Las conexiones entre la fantasía y la realidad están hiladas con una gran sutileza sumiendo al espectador en un hechizo de planos al estilo American Beauty, colores brillantes que evocan magia de Amelie (que no su ñoñería). Camino no comprende cómo sus oraciones reiteradas y su devoción no sirven para nada. Su deducción infantil pero cargada de tanta razón: si me hace sufrir es que no me quiere. Ante el desengaño se refugia en su mundo de Cenicienta que por lo menos eso sí es declarada fantasía, sin trampa ni cartón.

Aplauso a la muerte, ¿le sacamos una foto que está muy guapa?, ecos de incongruencia presentes en la película, y lamentablemente, en la no-ficción.